
Alberto Fernández pudo hacer añicos la investidura presidencial y convertirse en el hazmerreir de toda la sociedad argentina, superando la marca de otro radical, Fernando de la Rúa. (Dibujo: NOVA)
Por más esfuerzos que se hagan, es casi imposible encontrar a una figura pública que tenga tanta creatividad e insistencia para destruir su propia imagen. Mucho más grave es el caso en que se trata de quien detenta la primera magistratura.
Pero Alberto Fernández pudo hacer añicos la investidura presidencial y convertirse en el hazmerreir de toda la sociedad argentina, superando la marca de otro radical, Fernando de la Rúa.
Cuando este jueves el vocero del FMI, Gerry Rice, dio una conferencia de prensa, quedó claro que en ese acto el organismo de crédito internacional asumía el cogobierno –por no decir el gobierno- de la Argentina. Rice le exigió a la dirigencia argentina un "amplio apoyo político y social", elogió el Plan que presentó Martín Guzmán como propio –pero que en realidad había sido redactado por personal del FMI- y aseguró que se cumpliría de todos modos, y subrayó que los próximos pasos serían la suba de la tasa de interés y la lucha contra la inflación.
Más creativo, Alberto había hablado de “guerra contra la inflación”, como homenaje tal vez a la consigna fallida de su admirado Raúl Alfonsín. A través de las palabras de Rice quedaba en claro lo que hasta había denunciado Lilita Carrió: “Guzmán es un pésimo Ministro de Economía, es un empleado del FMI.” Fernanda Vallejos había asegurado, meses atrás, que era un “empleado de los EEUU”. También en esa caracterización hay grieta.
Tan es así que el vocero del Fondo repitió los conceptos de Guzmán de días atrás sobre el impacto de la Guerra de Ucrania sobre la economía argentina, y la posibilidad de modificar el acuerdo si el conflicto se extiende.
Por si hiciera falta, Rice terminó asegurando que "Estamos muy estrechamente comprometidos con las autoridades argentinas." Le faltó precisar que eran sus subordinadas.
Alberto ya había anticipado que el viernes comenzaba la “guerra contra la inflación”, por lo que les dio cuatro días a los formadores de precios para cubrirse e incrementar aún más los productos de consumo. ¿Quiénes lo acompañarán en esa “guerra”? ¿Los gobernadores que sufren la presión de las entidades rurales? ¿El cristinismo que está definiendo el momento más adecuado para pasar a la oposición? ¿Las organizaciones sociales del FdT que organizan masivos acampes y cortes contra el acuerdo? ¿Matías Kulfas, el ministro de las corporaciones? ¿La oposición, que ve en el fracaso de esta política el golpe defiitivo para imponerse en las presidenciales de 2023?
En medio de la catástrofe, el presidente decidió relajarse. Fue a un acquagym, dio una clase en la UBA. Por no hablar de la absurda “Subsecretaría de la Resiliencia” que apenas tuvo unas pocas horas de vida. El presidente debe estar convencido de que su tarea consiste en entregar cotidianamente carne para para abastecer las memes, que habían hecho esta semana su agosto con la declaración de la “guerra a la inflación”.
La oposición lo desprecia, el cristinismo lo considera un traidor, el pueblo considera que es un inepto, casi un clown sentado en la silla presidencial. Su gabinete parcelario sólo le responde en una mínima parte. El jefe de gabinete quiere competir contra él en las presidenciales del año próximo. El Frankenstein de Cristina cobró vida propia, sólo para hacer el ridículo y profundizar las políticas del macrismo.
Pero nadie puede lavarse las manos. La oposición porque hundió a la Argentina en la peor crisis social, económica y el mayor endeudamiento de su historia. El oficialismo porque se encolumnó tras la indicación de la “Jefa”. Nadie quiere que se caiga, ya que precisan un pato de la boda para responsabilizar de las consecuencias que traerá la aplicación del acuerdo con el FMI.
Sin embargo, el malestar social es creciente y, políticas de ajuste del FMI e incremento de los alimentos y de la energía a nivel excepcional por la guerra de Ucrania, desbordará más temprano que tarde. Salvo en el minúsculo “albertismo” nadie lo respalda ni reconoce su liderazgo. Es un paria.
Sin aliados, sin tropa propia ni armamento el presidente convocó a la “guerra”. ¿Se puede ganar una guerra solo?¨¿O será una más de las “reculadas” a que tan acostumbrado s nos tiene este gobierno?
Pero no sólo las acciones de Alberto Fernández provocan rencor y caracterizaciones demoledoras. Lo peor es que generan burla. Y sin ningún apoyo preciso, una vez que todos le han soltado la mano, tendrá que hacer frente al desborde social. ¿Podrá hacerlo? ¿Deberá irse a la disparada, como la mayoría de los radicales como él que lo precedieron? Como el mítico Mambru, ¿será para la Pascua o para Navidad?
Ya nadie duda, a esta altura, de aquella premonición de Guillermo Moreno: “No está apto”. Ni de la consigna electoral de su espacio, aunque sólo unos meses atrás no le dio votos: “Al final, votaste a un radical.” Tampoco de la veracidad de los conceptos vertidos por Fernanda Vallejos, por los que fue demonizada en su momento: “ocupa”, “mequetrefe”, “payaso”, “atrincherado en la Casa Rosada”.
En Ucrania, un actor cómico llegó a la presidencia e instaló un gobierno neonazi, provocando con sus acciones y desafíos un conflicto bélico que ha afectado drásticamente a las economías de todo el planeta. En la Argentina recorrimos el camino inverso: un político llegó a presidente y asumió un rol payasezco. Por cierto que su estatura no alcanza para desatar un conflicto internacional, pero sí interno. La víctima de la guerra declarada por Alberto no será la inflación sino el 80 por ciento menos favorecido de los argentinos.
Todos creíamos que “Tierra arrasada” –el documental que filmó Tristán Bauer para conseguir su designación como Ministro de Cultura inoperante- era el título adecuado para definir la gestión de Mauricio Macri. Pero Alberto ya equiparó largamente esos merecimientos.
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